Durante al menos un siglo, pensar en el cuerpo humano como una máquina ha sido la principal metáfora usada para hablar sobre fisiología, salud y enfermedad.
Vemos al cerebro como si fuera una computadora.
A los huesos y músculos como un sistema de palancas, cuerdas y poleas.
Al corazón como una bomba.
Al doctor como un mecánico cuyo trabajo es encontrar lo que está “quebrado” y así arreglarlo.
Al nutriólogo como la persona que calcula lo que la máquina necesita y que le da una receta para solucionar su “problema” de peso.
Esta metáfora ha sido útil: una visión mecanicista en la que el cuerpo se desensambla en partes nos ha permitido aprender, entre otras cosas, sobre anatomía, hormonas y genética.
Pero…
El cuerpo humano NO es una máquina.
Mientras que la metáfora nos ha beneficiado, al mismo tiempo establece fronteras alrededor de lo que pensamos lo que, a su vez, puede perjudicar en cómo nos sentimos y en cómo actuamos.
“No podemos pensar sin metáforas”, argumentó la escritora Susan Sontag, “pero esto no significa que no haya algunas de las que podríamos abstenernos o tratar de retirar”.
Y la metáfora del cuerpo como una máquina es una que podemos retirar o, al menos, reconocer sus limitaciones.
Usemos el caso de las calorías y la pérdida de peso como ejemplo.
En 1887, se tomó el concepto de calorías del campo de la física e ingeniería para definir la energía contenida en los alimentos.
Décadas después, en 1918, la médico Lulu Hunt Peters popularizó al conteo de calorías como una forma para regular nuestra alimentación y perder peso.
Según ella, perder peso es una cuestión matemática, tal como lo expresó en su libro Dieta y salud: con la clave de las calorías:
Mil calorías equivalen aproximadamente a 110 gramos de grasa. Entonces, reducir 1000 calorías por día equivaldría a una reducción de aproximadamente 3.3 kilos de grasa por mes o 40 kilos por año.
Esta idea sigue manteniéndose hoy en día.
Creemos que con la mera manipulación de calorías (y con su meticuloso conteo) podremos llegar a nuestro “peso ideal” en el tiempo y en la forma que deseamos.
Pero el cuerpo no funciona como una predecible ecuación matemática.
Pensamos que perder peso es tan simple como:
[Calorías que entran] – [Calorías que salen] = Cambios en peso
Entonces:
Come menos calorías y/o gasta más calorías al hacer ejercicio.
La anterior ecuación, por sí misma, no es incorrecta.
El problema es que está (sobre)simplificada.
Y este tipo de simplificaciones es a las que comúnmente se llega al visualizar al cuerpo como la máquina que no es.
Hay docenas de factores que influyen en las variables “calorías entran” y “calorías que salen”, factores que a su vez se influyen entre sí mismos, entre ellas:
El siguiente diagrama los ilustra:

Y es imposible poner todos estos factores en una bonita y predecible ecuación.
En las palabras del científico Randolph Nesse, el cuerpo humano tiene una indescriptible complejidad que no se adapta fácilmente a nuestra preferencia por categorías discretas, funciones específicas y flechas causales unidireccionales.
Pero esto no significa que el proceso de cultivar salud y bienestar tenga que ser complicado (y no lo es).
Podemos reconocer la complejidad e impredecibilidad del cuerpo humano y al mismo tiempo enfocarnos en lo único que controlamos: nuestras acciones.
Y nuestras acciones son algo que sí podemos simplificar.