Por qué no hay alimentos “buenos” ni “malos” y cómo esta visión nos hace daño

Dejar a un lado la dicotomía "bueno" y "malo" es un paso necesario para mejorar nuestra alimentación y sentirnos mejor durante el proceso.
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Nos gusta ver las cosas en blanco y negro, en bueno y malo. ¿Por qué? Porque es fácil. No nos gusta la ambigüedad.

Los alimentos no se escapan de esta visión miope: si creemos que un alimento es benéfico o saludable lo clasificamos como “bueno”, si creemos que es perjudicial o no saludable, lo clasificamos como “malo”.

Todos hemos hecho esto, a veces sin darnos cuenta.

Para algunos, lo “malo” puede ser el alcohol (“¡pero el vino no!, ese sí es bueno para el corazón”), los carbohidratos (“¡pero no todos!, solo los que tienen gluten”), las grasas (“¡pero únicamente las saturadas!”) o aquellos químicos que suenan peligrosos (¿glutamato monosódico?).

Lo “bueno” puede ser lo orgánico, aquello que es “natural”, lo que es GMO free (suspiro), lo que no tiene azúcar, lo bajo en grasa…

Sencillo, ¿no?

Pero esta dicotomía alimentos “buenos”/alimentos “malos” es problemática: implica que los alimentos tienen un inherente componente moral, y que al consumirlos nosotros también lo adquirimos.

Dependiendo de nuestras creencias, nos vemos como “buenos” si comemos ensalada con aderezo bajo en grasa, alimentos 100% orgánico, frutas y verduras en todas las comidas, etc. No vemos como “malos” si comemos mantequilla, gluten, alcohol…

Pensamos (muchas veces inconscientemente) que comer lo “bueno” nos hace moralmente virtuosos (soy una buena persona porque como alimentos “buenos”), comer lo “malo” nos hace moralmente incompetentes (qué malo soy, comí pastel).

Podemos observar esto no solo en nuestros pensamientos, sino en la manera en que nos comunicamos con los demás. Cuando vamos a una fiesta y tomamos alcohol, comemos pastel, galletas y demás, ¿qué tendemos a decir?: “me porté mal”.

Con esta mentalidad de blanco y negro siempre pierdes, independientemente de cuál sea tu comportamiento. Por un lado, afecta a tu cuerpo al facilitar el aumento de peso1estudio. Por otro, afecta también a tu mente: si tomas una “mala” decisión alimenticia, te castigas; si solo tomas “buenas” decisiones, quizá no te castigues pero te sientes privado todo el tiempo, con ansiedad o con miedo a la posibilidad de “equivocarte” y portarte “mal”. Es una pérdida-pérdida.

Darle un peso moral a la comida convierte al acto de comer, una experiencia humana ordinaria y básica, en una fuente de culpa y ansiedad.

¿De dónde viene esto?

De nuestra conciencia.

Conciencia autoritaria y por qué nos castigamos por nuestra alimentación

Pensar en alimentos “buenos” y “malos”, y castigarnos o sentirnos ansiosos dependiendo de cuáles comamos, viene de lo que Erich Fromm denomina conciencia autoritaria, la “voz de una autoridad externa interiorizada”.

Por ejemplo, en los tiempos y lugares en los que la Iglesia fue la autoridad máxima, las personas se castigaban a sí mismas por no actuar de acuerdo a las leyes de la Iglesia, se castigaban por haber “pecado”. La Iglesia no los castigaba directamente, ellos mismos se culpaban por actuar “mal” ya que interiorizaban los mandatos de la Iglesia y los hacían parte de su propia conciencia.

Lo mismo se puede decir de los padres (la autoridad). Si los padres le repiten a su hijo ene mil veces que ciertas acciones son malas, es probable que el hijo mismo se castigue por esos comportamientos aún cuando los padres no están ahí para castigarlo.

En nuestra cultura, la autoridad externa prevalente, aunque de una manera sutil y casi imperceptible, es la opinión pública, aquellas reglas sociales no escritas que se toman como verdades y que, en la mayoría de los casos, aceptamos como nuestras (las interiorizamos). Es decir, nosotros mismos nos sentimos bien o mal al hacer nuestras las reglas morales de la sociedad. En su libro Body of Truth, Harriet Brown hace un caso para esto en el ámbito de la comida:

La idea de que los alimentos tienen un inherente componente moral, y que nosotros también, al comerlos (o no), se ha convertido en un meme, una idea cultural contagiosa que desencadena una respuesta automática.

Esta respuesta automática consiste en nosotros mismos culparnos cuando consumimos algo que la opinión pública dicta como “malo”. Aquello que es “malo” cambia con el tiempo: en los 60-70s eran las grasas y el colesterol, en los 90s-00s los carbohidratos, en el 2010 el gluten y los “químicos”, y ahora parece ser un combinación de todas. Los mensajes e ideas conflictivas que escuchamos a diario acerca de la comida solo suman a la ansiedad y preocupación que tenemos sobre cómo alimentarnos y qué y cuánto comer.

Antes y después de comer algo “malo” oímos una vocecita que nos dice:

  • Más te vale que no comas tanto de eso.
  • ¿Estás seguro que quieres otra rebanada?
  • ¡Qué marrana! ¿Para qué comí tanto?
  • No, esto no; tiene grasa y engorda.
  • ¡Por qué me comí pastel?!, que mala soy.
  • Ya estás gordo, ¿estás seguro que quieres comer eso?

Ésta es la conciencia autoritaria.

La conciencia (autoritaria) tranquila es la que come de lo “bueno”, la conciencia (autoritaria) culpable es la que come lo de lo “malo”.

¿Qué podemos hacer para calmar esa voz que nos culpa?

Un paso hacia una mejor relación con la comida

Dos errores que regularmente cometemos en nuestra manera de pensar acerca de la comida son:

  1. Asignar componentes morales a un alimento de acuerdo a los efectos imaginados o reales que este pueda tener en la salud, y
  2. Otorgarnos un sentimiento de virtud o incompetencia moral de acuerdo a la manera en que nos alimentamos.

La solución está en cambiar nuestra mentalidad.

Necesitamos reconocer que no hay alimentos «buenos» ni «malos».

Esto no significa que no haya alimentos nutricionalmente superiores a otros –creo que todos estamos de acuerdo que una manzana es nutricionalmente superior a unas galletas Oreo’s–, pero esto no tiene nada que ver con moralidad. Es crucial ver objetivamente las cualidades nutricionales de un alimento (vitaminas, minerales, fibra, calorías, grasa, etc.), sin darles un peso moral.

Comer pastel no es “malo”, pero es alto en azúcar y calorías.

Comer verduras no es “bueno”, pero son altas en vitaminas, minerales, fibra y bajas en calorías.

En lugar de consumir ciertos alimentos para ser “bueno” o para evitar ser “malo”, ¿por qué no consumirlos debido a que te producen bienestar, porque te hacen sentirte bien física y mentalmente o porque simplemente te gustan?

Decides regularmente comer frutas, verduras, y otros alimentos ricos en nutrientes no porque estás siendo “bueno”, sino porque estos alimentos te gustan, porque te hacen sentir bien, porque mejoran tu salud y porque te ayudan a alcanzar tus metas, cualesquiera que sean.

Come para ti, no para cumplir con un estándar que la sociedad estipula.

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